El morbo vende. No es una novedad. Es lógico, entonces, que la estrategia publicitaria de La Sustancia (2024) haya incluido grabaciones de las reacciones del público. Muecas de desagrado, gestos de horror, el impulso de taparse los ojos. “Que mal que la están pasando, qué ganas de ir a verla”, una línea de pensamiento que a simple vista resulta tonta, pero que se ajusta muchas veces a la realidad. 

El largometraje dirigido por la francesa Colie Fargeat pertenece al género del horror corporal (body horror), y los testimonios de desmayos, vómitos y mareos en el cine lo avalan. Sin embargo, durante los 141 minutos que dura la película, lo grotesco deja de reservarse exclusivamente para las alteraciones corporales. Una pata de pollo saliendo de un ombligo es una imagen horrorosa, pero no se sustenta por sí sola.  

En tiempos de Ozempic, famosas que vuelven a la vida pública con nuevos cuerpos y caras estiradas, además de la pululación del ácido hialurónico, Fargeat toma al toro por las astas. Acude a la tragedia de la mujer cuyo físico es su fuente de ingresos y que, al envejecer, es descartada por una bella y jovencísima sustituta. 

En este caso, le ocurre a Elisabeth Sparkle, estrella de aerobic televisivo. El giro de tuerca novedoso llega en la forma de una sustancia que le provee una mejor versión de sí misma en otro cuerpo —que “nace” de ella —. La condición parece ser simple: tiene que alternar cada semana entre ambos. La promesa es que ella es “una sola”. Como es esperable, las cosas se salen de control.  

La Sustancia está constituida por capas. El horror corporal se encuentra en la superficie. Fargeat toma decisiones que en conjunto sostienen su relato. Es probable que, de haber sido puestas de otra forma, el resultado fuera diferente. Elegir a Demi Moore, una mujer tradicionalmente hegemónica — que puede o no haber pasado por un quirófano—, para encarnar a un personaje acomplejado con su imagen, puede ser controversial. Algunos no entendieron esta decisión y lo enmarcaron como algo hipócrita. Ese es el primer mensaje: no se trata de ser o no ser. La autopercepción, alimentada por la mirada nociva de ajenos, no hace diferencias.  

La Sustancia (2024), Colie Fargeat

Hay sutilezas que calan más hondo que cualquier jeringa inyectada o imagen desagradable. No es necesario saberlo de antemano para darse cuenta de que esta historia está contada por una mujer. El hecho de que gran parte de lo que ocurre suceda en un baño no es coincidencia y se hace evidente con la escena en la que Elisabeth Sparkle se prepara para una cita. La compulsión con la alimentación como un escape. La obsesión enfermiza sobre cómo es percibida, por ella misma y por los otros. Y sobre todo, la soledad que experimentan Elisabeth y Sue durante toda la película. “No culpo a nadie por querer seguir existiendo”, afirmó la directora en una entrevista con Collider. No se trata de condenar a la protagonista, sino que más bien hay una búsqueda por empatizar con ella.   

Las licencias maximalistas de la directora cooperan con su leitmotiv. Se nota el esfuerzo dedicado por hacer lucir a todos los hombres que aparecen en pantalla como la versión más desagradable del género masculino. Principalmente a Harvey, el ex jefe de Elisabeth, interpretado por un Dennis Quaid que hizo de manera excelente su trabajo y, en consecuencia, resulta repugnante. Los comentarios y comportamientos hostiles hacia las mujeres también se ven aumentados al máximo punto de crueldad: “A partir de los 25 años, la fertilidad comienza a disminuir”, “las chicas lindas siempre deberían sonreír”, la diferencia en el trato hacia las mujeres, dependiendo de su atractivo físico.  

Y en una historia donde el paso del tiempo está constantemente sobre la mesa, es inteligente su manejo por parte de la dirección. El momento en el que todo parece ir bien es muchísimo más acotado que todo el resto. Por supuesto que lo más espeluznante se hace insoportablemente largo y dos minutos pueden sentirse como quince. Se busca generar una pérdida de la noción del tiempo, como ocurre con Sue, cuando comienza a abusar de su tiempo de gracia y a traspasar la semana normativa que le toca. Ya no se es espectador a una película, sino a la tragedia de una mujer que  no sabe cuándo parar, o directamente no puede. Al igual que cuando una personalidad pública va abusando progresivamente de los procedimientos estéticos y pensamos: “que no se haga más nada, se va a seguir arruinando”.  

Fargeat hace un muy buen uso de recursos para meter al público en la historia. Puede ser difícil ponerse en los zapatos de Elisabeth Sparkle, pero del deterioro físico no se escapa nadie. Reitero, se puede ir al cine con la idea de ver una película de horror corporal y pasar un mal rato, sin mucho más. Lo que va a ser difícil es mantenerse en esa postura.  

La Sustancia (2024), Colie Fargeat

Uncanny valley” o “valle inquietante” es un término que refiere a aquellos rostros o cuerpos que, aunque se supone que son humanos, nos generan la sensación confusa de que no lo son. La iluminación y los valores de plano juegan mucho con esta idea. Conocemos a Elisabeth Sparkle bajo los focos de la televisión que le dan un aspecto artificial. Margaret Qualley, quien interpreta al alter ego “Sue”, tuvo que ponerse prostéticos en los senos y someterse a una ardua preparación física para ayudar a tener ese aspecto “perfecto”. De hecho, el comportamiento de su personaje remite a ese “uncanny valley”.  

La dinámica entre los “dos” personajes principales complejiza todo aún más y pone en perspectiva algo más palpable: la noción de que la juventud es eterna y los “prestamos” que uno se pide a sí mismo con vistas en el futuro. ¿Cuánto daño puede hacerse alguien, pensando que en el futuro se puede remendar? No hay que irse al extremo de cirugías estéticas, basta con hablar de alimentación o hábitos diarios.  

Más que asco y terror, la sensación última es la de angustia existencial. Con la crueldad y el utilitarismo a niveles máximos, no hay lugar para finales felices o reconfortantes. Considerando que nada puede salir bien a partir de una propuesta como la que recibe Elisabeth Sparkle al principio de la película, no clasifica como spoiler. Eso no quita que hayan momentos en los que alguna risa se escapa, sin tener la seguridad de que sea por humor, o por nervios. 

Los niveles de resistencia al envejecimiento y el deterioro físico han alcanzado niveles históricos. La obsesión se traduce en la infinidad de productos y tratamiento para cada parte nimia del cuerpo. No es nada nuevo hablar del rol que ocupan las redes sociales en todo esto. En el camino, las desigualdades se profundizan y se hacen todavía más evidentes.  

Lejos de la moralina, Fargeat expone preocupaciones y una posición clara sobre la actualidad. La Sustancia, una especie de hijo de El retrato de Dorian Gray (1890), de Oscar Wilde, y la filmografía de David Cronenberg, no viene a proponer soluciones, pero se esfuerza por construir una distopia que, por momentos, no parece estar tan lejana a nuestro presente.