"Incontables veces se ha señalado un doble movimiento inherente a cualquier diario de viaje: una senda marcada por los olores, personas y costumbres que van interponiéndose en el camino del narrador/explorador y, como movimiento contrapuesto, un viaje de geografías existenciales, la marca de la expedición hacia la interioridad del aventurero. Sería tentador remitirse a este viejo manual a la hora de presentar a Ecuador, pero nos quedaríamos cortos en el juego de escalas.
Fiel a aquella cita onettiana de "Me gustaría escribir la historia de un alma/de ella sola/ sin los sucesos que tuvo que mezclarse/ queriendo o no", en Ecuador Diego De Ávila no se circunscribe meramente a la historia de un viaje, ni a la historia del viajante que lo cuenta, sino a la de aquellas sensaciones desprovistas de su forma evidente, invocándolas y redescubriéndolas como fantasmas que mudan de sábanas.
Detrás de esta vocación galopante entre la antropología y la poesía, la entomología y la relojería, está la historia de la literatura, la literatura que se precipita sobre la voz, el mundo y el cuerpo como las venas barrosas de ese Amazonas que surca la selva, esos afluentes sobre los que flotan, como camalotes arrastrados por la tormenta, los puntos muertos del viaje, los múltiples ensayos sobre un noviazgo acabado, el destino de todos los perros de una familia, los recuerdos de un padre terrible y amado. Ríos en los que Latinoamérica aguarda en el légamo frío, extendiéndose hasta los confines del continente como el palpitar del corazón de un lenguado. En ese arrojo ciego por contarlo todo, De Ávila se erige en su primera incursión narrativa como un eslabón perdido entre la ensayística íntima de Roberto Appratto y el Bolaño poeta de Los perros románticos". Agustín Acevedo Kanopa
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